Mantenía un sentimiento de agravio con el campo de Layos. De hecho, no había vuelto a competir en él desde que en el primer torneo después de la pandemia una lluvia torrencial dejó el campo impracticable, lo que no impidió la celebración entonces del torneo y que me rompiera la espalda en un bache traicionero en el que cayó el buggy en el que, salvo raras excepciones, siempre participo desde que me diagnosticaron una EPOC, festoneada después con otros padecimientos. El caso es que me inscribí con buen ánimo en el primer torneo postverano de nuestra AEPJG, junto con otros 18 aguerridos y bronceados compañeros. Si no es el que más, Layos es uno de los campos de golf, de los muchos que ya conocemos, más generosos con las compañeras que salen de rojas, como por derecho les corresponde. Pero, sólo una se aprovechó de ello en esta ocasión, Inés Casado, que demostró con golpes medidos sin excesiva potencia pero sin salirse de las calles, que lo importante es llegar, aunque sea despacito y por la sombra. Desde aquella aciaga ocasión en que lo jugué por última vez antes de ésta, encontré el campo mejorado y más limpio de maleza, a la vez que percibí algunos arreglos que han elevado la categoría del restaurante, en el que degustamos el primer cocido de esta segunda parte del curso o del año deportivo golfístico. A pesar de que, tras un breve paréntesis, el calor volvió a aparecer, el cocido del Mulato demostró una vez más que este manjar no es exclusivo del invierno. Sopa, garbanzos, verdura y carnes fueron engullidos con el fervor de siempre por parte de los que coronaron el torneo con este ágape. Hay que hacer especial mención de los tocinos, cortados en paralelepípedos, poliedros capaces de hacer caer en la tentación a los veganos más intransigentes. Por supuesto, se habló mucho de golf mientras se consumían las viandas, e incluso por alguna esquina me pareció oír que se intercambiaban pareceres sobre política y religión, las dos materias que suelen obviarse para que las discrepancias no aceleren el innegable cambio climático. Este último pudo observarse en algunos antiguos estanques, vaciados por completo, seguramente para proceder a su reparación y rellenado cuando el próximo deshielo lo permita. José Gabriel Fernández, nuestro Josega, con 38 puntos se alzó con la victoria en la Hándicap Indistinta Acumulada, bien secundado con 36 puntos por Fernando Rodríguez. En la Scratch, o sea la de los que saben jugar a esto, volvió a imponerse Juanjo Pinedo con 24 puntos, tres por encima de Jesús Pastor, que, como siempre, alternó magistrales golpes de calle con no menos impecables clicks de cámara. En el capítulo de las bolas más cercanas hubo un ganador distinto en cada uno de los hoyos pares 3: Enrique Carneros, Pepe Sanjurjo, Javier Hernández y Paco Navacerrada, respectivamente. Hay que resaltar que este último tan solo lleva un año jugando al golf, lo que le da mayor mérito. Asimismo, que ha cumplido con la tradición de pagar la ronda de cervezas correspondiente (en este caso fueron los cafés) por no haber sobrepasado el tee de rojas en una de sus salidas desde amarillas. Algo tanto más resaltable cuanto que es una gran tradición (invitar a una ronda a los compañeros de partido a causa de tal fallo), en peligro evidente de caer en desuso, casi siempre por las urgencias y prisas de los reos de tan alegre como simpático castigo. Hay muchas razones, pues, para volver a Layos, a cuyos directivos y trabajadores amigos los animo a que no cesen en las mejoras, y afiancen también la costumbre de mantener un cocido de auténtico campeonato.