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    Alemania por encima de todo, otra vez

por: Laureano Suarez

Alemania por encima de todo, otra vez
Por Laureano Suárez
Cuando lo más destacado de una competición de golf es el extravío de una bolsa, es
que la cosa no ha tenido mucha historia. Los diez hispanos de Pozzolengo pusieron
en el campo todo su esfuerzo y sus saberes, pero los aires lombardos no les fueron
propicios: novenos, solo por delante de los ahora neerlandeses, holandeses hasta
2022.
Nadie pregunte quién ganó puesto que ese honor lo ostentan, desde hace ya un
puñado de años, nuestros amigos aunque rivales, descendientes de los
Hohenzollern, los prusianos que fundaron lo que hoy conocemos como Alemania.
Los chicos de la tricolor les sacaron nada menos que 16 puntos a los segundos,
también rivales, aunque muy amigos, italianos. Los chicos de Paolo Pacciani
hicieron en su casa lo que nosotros en la nuestra, quedar segundos lo que, en este
caso y en aquel, es como quedar primeros porque, como sabemos, lo de los
alemanes no es de este mundo.
De tal manera están en otra división que hubo una pareja “tedesca” que fue capaz
de hacer 62 golpes en el recorrido de la primera jornada, los señores Bornemeier y
Schlockermann. Un resultado más propio del DP World Tour que de una pareja de
plumillas o lo que sean esos dos fenómenos. Pensando un poco y mirando el
resultado… deben ser directivos. Digo yo…
De todos modos, la cosa estuvo resultona. Lugar bonito, hotel con solera.
La recepción, palabra que viene del verbo recibir, o sea,
“acoger”, dar espacio o cabida a alguien, según la RAE, estaba –la recepción digo-
en el más allá. Más que recibirte, te recogían. Pero, pelillos a la mar, el trato era
cordial a pesar de que te dejaran el pijama en el suelo, te perdieran una bolsa o
tuvieras que llamar al 112 para encontrar la habitación. Ni un cartel, oiga.
Todo eso, para bien o para mal, en realidad era lo menos importante. Lo más era
conocer el campo y competir. No fue fácil desde el principio. La lujosa compañía
aérea que nos llevó a Bérgamo, con el siempre exquisito trato de la tripulación que
no nos dejó poner nuestro equipaje de mano en los compartimientos superiores,
solo nos retrasó una hora. Eso supuso posponer nuestra hora de salida de
entrenamiento y, a pesar de los esfuerzos de Miguel, no hubo manera de retrasar la
puesta de sol. Así que, nueve hoyos y a la ducha.
El segundo día de entrenamiento, martes, por más señas, amaneció lloviendo. A
pesar de que, según mis sospechas, el doctor Rosado dijera que pensar producía
cáncer de neurona –es broma doctor, todos saben de su probidad científica-
alguien pensó que algo había que hacer. El plan fue visitar Sirmione, un bellísimo
pueblo situado en una península en el lago de Garda. Hay termas, playa, puerto e
incontables cafés, restaurantes y hoteles. Llovía, lo que, de alguna manera, le daba
a la localidad típicamente veraniega, un aire más urbano e íntimo. Paseos, fotos y
un almuerzo fueron la receta que, aunque no pudo con el mal de la lluvia si nos
alivió el tedio, algo así como un paracetamol del alma, mal comparado, claro.
Y llegó el día, miércoles, de la competición. En el Londres de la revolución
industrial se veía más que allí. La niebla se podía comer con cuchillo y tenedor.
Seguramente, los bergamascos se encomendaron a Roncalli, un paisano de la zona
(Sotto il Monte 1881) beato desde 2000, para que echara una mano. A eso de las
10,30 la cosa empezó a verse más clara. Para los alemanes sobre todo, lo que es
nosotros, tras seis horas en el campo tuvimos el honor de encabezar la
clasificación… por la cola. Un gran día de golf para un resultado no tan grande, la
verdad. Tampoco en el torneo de invitados brillamos demasiado, y eso que Miguel -
siempre Miguel- había dispuesto un buggie con ruedines para los nuestros. Sí, el
campo tiene bastantes lagos. Hay que prevenir.
Bien, la esperanza es grande y, por lo tanto, nunca se pierde. El segundo día,
Roncalli, advertido, medió y la niebla era más floja. Salimos a la hora prevista. Pero,
a pesar de nuestros esfuerzos y a la bravura de la tropa, las espadas se nos
tornaron cañas y, sí, en efecto, hubo que pescar alguna que otra bola. De cualquier
forma, fuimos capaces de anotar un golpe menos que el día anterior 303 contra
304 del martes. Nadie se engañe, ganaba el que menos golpes hiciera, como es
lógico.
Finalmente, quedamos campeones en coros y danzas. Nadie entonó con más tino
que nosotros… incluso algunos valientes salieron al ruedo al compás de un sonoro
pasodoble para admiración y pasmo de daneses que, en toda la noche de gala
fueron incapaces de abrir la boca sino para engullir las viandas y trasegar los vinos.
Mandar bailar a los daneses es como conseguir callar a los españoles. Una proeza.
Y no penséis que uso las palabras en vano, ¡quiá! Atended a lo que dice la RAE de
“pasmo”: “Admiración y asombro extremados, que dejan como en suspenso la razón y
el discurso”. La razón de quién la tuviere, por supuesto, y el discurso de quién fuera
capaz de hilvanarlo, porque vino si que había, sí.
Lo dicho, Alemania primera, Italia, segunda y Chequia tercera. Y hemos de cerrar
esta mala crónica remarcando nuestra admiración sincera por la deportividad y la
honradez de un par de checos que perdieron el segundo lugar por haberse auto
sancionado por un error propio. Loor a los ganadores pero también a aquellos que
respetan el deporte y sus reglas, actitud menos frecuente de la que nos gustaría y a
la que hay que dar la publicidad y los honores tan merecidos como los del triunfo.
¡Ah!, la bolsa apareció y está en buenas manos y Miguel está a punto de aprobar lo
de monitor del Inserso. Así que, Amén. Aquí paz y después gloria. Suerte a los diez
de Óbidos (Portugal, noviembre de 2024).