¡Nos queda Lerma! Preguntan al golfista si es un apasionado del golf, encuesta mediante, y, tras un momento de duda, afirma: «Sí, se puede decir que lo soy.» El golfista se va pensando: «¡cómo se puede dudar si llevas todo el día soñando en golpear la bola como lo hacen estos titanes, hablando del swing, los hombros que hacen esto o aquello, pensando en vuelos imposibles!» El sueño continua al día siguiente, escuchando a Elena durante la retransmisión del Open. Y el golfista sigue imaginando, porque la Herrería es un campo deseado por largo tiempo, no lo ha jugado. La mañana todavía está empezando, alguna nube estancada a lo largo de Abantos y, por la carretera, pasado ya el monasterio, el campo se muestra glorioso a la vista del golfista. Parapetándose para que el sol no les deslumbre los ojos, salimos tres, sorianos y televisivos. Primer hoyo, al par del campo. Este va a ser el día —piensa—; tal vez debiera saber que los sueños son insospechados y deambulan libres por donde placen. En los siguientes hoyos ya somos cuatro, en compañía, agarrados fuerte para intentar doblegar al campo. Por momentos parece que sí, sorteamos gigantes, mas estos susurran a la bola que corre baja, remontando montículos, dibujando lomas, deslizándose hacia la espesura. —Yo la vi entrar por aquí. —¿Seguro? —Creo... Nos asomamos al siete. El golfista ha preguntado los días anteriores, explicaciones amplias y en la memoria solo esta frase: —¡Uff, el barranco! Se santigua, no vaya ser que le ocurra algo. La bola vuela distraída, perezosa sin querer llegar al green, cuando toca tierra desciende endemoniadamente ladera abajo, tal vez —cree— confluyan fuerzas ocultas en el barranco. El golfista no es capaz ni de expresar un lamento, ya somos tres los apaleados pero por suerte vamos en compañía y cuando no es uno, es el otro y ahí está Tomas Cordero para demostrar que si los espíritus del campo te dejan y tu empeño es valiente, se puede. A dos metros de bandera, imbatible, gran alegría y birdie. El calor empieza a dejarse sentir en el fondo del valle, nos va ganando. El campo reparte según los hoyos, poco, todo sea dicho. —Con ese árbol... creo que no tienes tiro. —Ya veo, ya. Pero ¿por qué ha crecido tanto? —Ah, no sé. Como no sea —dice— para martirizar al golfista... Nosotros acabamos con esa extraña mezcla entre decepción, ilusión y esperanza; no es nuevo. Eso sí, los hay que triunfaron como Mario Vazquez en la modalidad de Scratch y Marco Antonio Ruiz que no solo quedo el más cercano en el hoyo 13 sino que venció en la modalidad de handicap. Al golfista le queda en la memoria un camino que recorrí con la convicción creciente de que aunque los paisajes parezcan inmutables, la mirada no se repite y seguiremos soñando con nuevas oportunidades, vuelos imposibles y triunfos. ¡Nos queda Lerma!