Contacto

Crónicas

    • 06
    • 07
    • 2020
  • Cabanillas

    ¡Ay esos campos!

por: Laureano Suárez

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;

Un fenómeno Machado, casi un siglo antes ya me intuía subiendo, o bajando, las magníficas y endiabladas cuestas, los acechantes recodos, los espesos juncales o los plácidos pero letales lagos. Sí señor, al fin y al cabo Cabanillas es un campo de Castilla y el genial poeta ya cantaba a mi camino: “hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor a romero, tomillo, salvia, espliego”. Mi verbo, incomparablemente más humilde, prefiere decir “llorando”, porque lo que se dice hollar… hollar (RAE 3: abatir, humillar, despreciar) el que me tenía hollado y más que hollado era el campo a mí.

Pero, ¡Oh consuelo! que diría un vate. Cuanto consuelo trae al alma del forrabolas la queja ilustre de un maestro, de un sultán del swing, que en medio de una pandemia de estrepitosos golpes, clamó el cielo y bramó ¡qué campo! En un inestimable ejercicio de sutileza por no decir ¡¡¡cagonmimanto!!! Ah, la pandemia de estrepitosos golpes no eran a su cargo, no amigos no, eran a cuenta de mi querido amigo Paco y de mí mismo, que estábamos escribiendo El Quijote en la tarjeta, solo que en morse: punto, raya, raya, punto.

Porque, a más que el campito se las trae en invierno y en verano -¡qué bonito es Cabanillas!, diría Joan Manuel- el tandem Suárez-Domenech dio un concierto de despropósitos dignos de dos especialistas en coronavirus como Trump y Bolsonaro. Pero, el egregio Argüeso, vadeando como podía las trampas del terreno, cavilaba para sí, que aquel paraje tenía de poesía, la justita, pero de mala leche, un manantial.

Pero, en fin, que hemos de decir de este bendito deporte que no se haya dicho ya. Es así, un día te maldice, que me lo digan a mí, y otro te bendice porque, así, de oídas, de medio lao y a la remanguillé, alcancé a oír que Juanan se había marcado 37 puntazos. Y aún ha de haber algún osado que haya “hollado” la cuarentena, de puntos digo (Paco Dominguez 42). Porque a algunos compañeros, los campos de castilla, como a Machado, les entran por los ojos y les salen por la cara del palo en forma de poema. He aquí una muestra de cómo son capaces de sintonizar swing y oda:

… cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Es así la vida del golfista, a unos les cantan los ruiseñores y a otros, los álamos, que estos sí guardan la ribera, nos cantan sí, las cuarenta en bastos.