Contacto

Crónicas

    • 14
    • 12
    • 2015
  • Crónicas

    La concordia es la victoria. Crónica de una derrota sin par

por: Laureano Suárez

Esta es la crónica de una risa anunciada porque no me digáis, queridos compañeros, que levantarse a las cuatro de la mañana para ir a jugar al golf no es cosa como para partirse. Pues así empezó, en la tenebrosa madrugada del foro, este viaje a la tierra de Michele Scommegna, nacido en la localidad de Zapponeta, al ladito de Foggia, un ragazzo que para salir al escenario prefirió llamarse Nicola di Bari, quizá porque Nicola di Foggia no “suonaba bene” y Bari, es verdad, no esta tan lejos. Tampoco nosotros nos ajustamos a la geografía. Decíamos que íbamos a jugar a Bari, mentira y gorda. Fuimos cerquita de Fassano, y pegados a Sallevetri, un pequeño lugar de vacaciones con un minúsculo puerto deportivo situado casi en el calcáneo de Italia, a una hora, más o menos, al sur de Bari. 
Pero, lo que importa de está crónica no es la geografía, o sea el paisaje, sino el paisanaje. Los nombraré por riguroso orden alfabético porque si lo hiciera por los resultados está crónica sería como un semáforo: los unos amarillos de ira, otros rojos de vergüenza y alguno que otro verde de envidia. Fueron, fuimos estos: Bartolí, Juan; Domenech, Francisco; Fernández, Matilde; Gallardo, Alfonso; López, Fabián; López, José María; Llópis, Ángel; Sanjurjo, José María; Serrano, Antonio y Suárez, Laureano.
La primera y, tal vez, la única satisfacción del viaje (hubo más, hubo más, nadie se altere) la primera, digo, fue ver a Lorenzo, el sol no, el otro, el que corre en moto, proclamarse campeón del mundo. Claro que tal vez Italia no era el mejor escenario para celebrar un triunfo así. Había que ser muy “valentino” para gritar aquello de “yo soy, yo soy…” Lorenzo, el que corre en moto no, el otro, no nos abandonó en todo el viaje. Se puso pesadito el tipo, sobre todo el miércoles que había un calor digno más de hamaca y mojito que de bolsa y tee. Porque, excepto dos caraduras del equipo que, morro de por medio y la ayuda ímproba de los capitanes, consiguieron jugar en buggy, los demás, ¡hala! a tirar del carro, nunca mejor dicho. 
Creo recordar que jugábamos un campeonato de Europa o algo así. Digo algo así porque a juzgar por el nombre (European Master of Golf-Playing Journalists) debía ser cosa importante. Desde luego allí había más gente que en el guerra, nada menos que once equipos de diez jugadores cada uno, una jartá, que diría el Pisha. Del juego, que os voy a contar: maravilloso. El nuestro no, el juego. ¿O es que alguien duda que el golf sea maravilloso? Otro cantar es cómo jugamos. Definirlo es fácil para el cronista: mal. También es verdad que con honrosas excepciones que, sin embargo no nos libraron de ocupar un poco honroso noveno lugar. Sumados todo los puntos, finalmente, los primeros, los italianos por supuesto, nos sacaron nada menos que 75. 
Para los ávidos de información diré que, además de ganar los de casa, el podio lo ocuparon los alemanes, segundos y los austriacos, terceros. La de chocolate fue para Chequia y en zona de nadie quedaron, por este orden, Suiza, Francia, Suecia y Dinamarca que tuvo el mal gusto de sacarnos cinco puntos cuando en la primera jornada habíamos empatado. Detrás de nosotros apenas quedaban dos: Bélgica y Holanda. Y para los viciosos de la información añado que en nuestro equipo quién más puntos sumó fue Juan Bartolí, 67. Un campeón que defendió nuestros colores con denuedo y sólo se doblegó ante dos animalitos que sumaron 68, un danés y un sueco. Se ve que la leche de reno y los arenques van bien para el swing.  
Me vais a permitir que, por discreción y buen gusto no refiera aquí los marcadores del resto de nosotros. Sí diré, porque me doy permiso, que este cronista ocupó la quinta plaza del equipo español con unos discretos 49 puntos. Digo discretos porque si dijera vergonzosos ¡que habría de decir de aquellos que ni siquiera los alcanzaron! Mejor así, discretitos, como la media del equipo que se quedó en 46. Si contamos solo las ocho mejores tarjetas subimos hasta los 50,75. 
Que nadie sufra leyendo tan parvos números. Puedo asegurar que, pasado el primer trago de la primera jornada, en la que el capi se pilló un cabreo del quince y nos corrió a gorrazos por el verde, todos asumimos que “lo importante es participar”. Porque el lunes había sido prometedor: hacía sol, había brisilla, íbamos en buggy y la charla era amena. Poca presión. Resultado: marcadores más o menos esperanzadores porque ya se sabe: no conoces el campo, estás cansado del viaje, no hay mucha tensión, el viento (¿brisilla?) soplaba, bla, bla, bla… Pero, ¡ay amigo!, llegó el día de Marte y empezó la guerra. Y sí, los alemanes tiraban con bala, ¡menudos son ellos! Y nosotros, que íbamos en son de paz, nos aturullamos un poco: hacía calor, Eolo se puso bravo, no había buggy, hablar en inglés es complicado y no te digo en sueco… así que, del bla, bla, bla pasamos directamente al ayayáy, si se me permite el neologismo.
Resumamos la segunda jornada: un poco mejor, 16 puntos más. Dejémoslo ahí y pasemos contar lo que cuenta (que bonita aliteración). Y lo que cuenta es la camaradería, el compartir, la moral, el apoyo, el espíritu de mejorar, las ganas de ganar, o sea, el ansía viva. Pues sí, de eso hubo de todo y en abundancia. ¡Ah! Y la risa, que no se me olvide la risa porque entre el mus, las “paradinhas” para chutarse unos pitis, las partidas de billar americano de menda con Mati (¡uy por dios! otra aliteración y sin prepararla), y esos desayunos al alba con francesas (tortillas) y capuchinos, en todo eso, la risa fue el hilo con el que cosimos un traje la mar de divertido. 
Y en este capítulo mención aparte para unas castañuelas: el Chema. Yo sé que él, que es humilde, me perdonará la confianza de usar el apócope porque sabe que tiene mis respetos en lo profesional y en lo personal pero, ay amigo, en las horas de asueto y relajo es un campeón, es: Chema, un grande de la compañía, un monstruo del cachondeo, emperador del regocijo y el amo de la carcajada. Chema tiene el ingenio alojado en el lóbulo izquierdo porque en el derecho tiene la carrera, es abogado, así que lo mismo te cuenta un chiste de gallegos que te redacta un recurso de alzada. Y mucho cuidado, porque esa facultad le otorga el poder de enmendar, conforme a derecho, por supuesto, el acto del órgano inferior. Y que cada uno saque sus consecuencias.
Total, queridos colegas, lectores varios y público en general: nadie llore nuestra derrota, sólo lo fue en los números y ya sabéis que en ciencia, un número no es más que una abstracción, o sea, ná. Lo importante es el espíritu, el triunfo en potencia, las ganas de ganar, esto es, el ansia viva, que ya lo he dicho y se os olvida. Y en eso, somos campeones indiscutibles. Nadie comió más bocatas que nosotros, nadie les dijo más piropos a las chicas, nadie dejó más propinas, nadie organizó más botellones, nadie fumó más, nadie pidió más “ghiaccio” que nosotros, nadie hizo más risas que este equipo, campeón del buen beber y del buen vivir. ¿No es acaso lo más importante? Como ya dijo Publio Siro, en el siglo primero antes de Cristo: “donde hay concordia siempre hay victoria”. Pues eso.