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    • 25
    • 09
    • 2018
  • Las Matas

    El día que Javier perdió la vocación

por: Beatriz Navarro

Hasta el 18 de septiembre yo no conocía el club de Golf de las Matas. Mi amigo Javier de Juan tampoco. Yo ese día sólo perdí bolas. Mi amigo, además de las bolas perdió la vocación. Como os lo cuento. Lo confesó mientras comíamos el menú de la casa tras la paliza mañanera: "hay días en que uno se plantea si ha llegado el momento de dejar el golf para siempre". Estuve por recomendarle pilates. O yoga. A mí me va bien, pero preferí dejarlo superar por sí mismo su abatimiento.
Hubiera podido contarle que más de la mitad de los jugadores de nuestro Club que acudieron el lunes a Las Matas se debatían en dudas parecidas, ya que nueve de los diecisiete que jugamos empeoraron su handicap. Al mercurio le dio por subir como si una fiebre repentina atacara a nuestros mejores jugadores. Huelga decir que nadie bajó handicap. No era precisamente un día para lucirse. Ni para dejar de fumar. Y eso que era un bonito día. Un día que tuvo con nosotros el detalle de retrasar la tormenta hasta que estuvimos en el hoyo 19. Entonces empezó a jarrear, pero ya nos dada igual.
Quienes sí tuvieron oportunidad de lucirse fueron Pedro González, el primero de la clasificación stableford, con 36 puntos, seguido de Paco Domenech, (35) y Carlos López (34). Además de ser los máximos tanteadores se mantuvieron en su categoría. Los hay hechos de otra madera.
Yo, la verdad, no quedé descontenta. Me apunté 19, lo que en esas circunstancias creo que estuvo bastante bien. Pero lo mejor, disfruté con los toboganes, casi como si estuviera en el parque con mis nietos. El susodicho campo no sólo es un ladrón de bolas, sino un cúmulo de trampas para los sufridos golfistas. Que si grines en diagonal para que las bolas puedan bajar hasta el fondo del barranco, que si calles estrechas y con subidas y bajadas tipo montaña rusa, que si grandes calvas en plan de no-cae-una-gota-hace-un-siglo, que si tramos de un verde crecidito para que la bola juegue al escondite, que si zarzas y maleza por eso de que lo natural mola...
En fin, un campo diferente, por no decir chuleta y desafiante, unas vistas maravillosas, y jugadores pasados de rayas. Yo, insisto, me divertí. Entre otras cosas porque para rematar hubo mus. Y mi amigo Pepe Sanjurjo y yo metimos un cuatro cero a la pareja formada por Paco Mora y Javier Hernández que dejó con la boca abierta a Las Matas y parte de Las Rozas. Menos mal que Paco Mora, que presumía de haber hecho dos pares, pudo recuperar así algo de su autoestima. lastimada tras perder al mus de forma tan irrebatible . Y es que si el golf requiere mucha humildad, el mus coloca a cada uno en su sitio.
Conclusión: Volví contenta. Buen día, buen mus, buenos amigos, y encima mi marido regresaba a casa con dos pares. ¿Se puede pedir más?