Contacto

Crónicas

    • 10
    • 04
    • 2018
  • El Olivar de la Hinojosa

    Tiempo Duro

por: Francisco Justicia

Pensábamos que había terminado. Creíamos que el frío, la lluvia y el viento habían salido huyendo ante el empuje de la primavera, el buen clima y el sol. Pero nada más lejos de la realidad, de modo que, un poco más tarde que al alba, con tiempo duro de Levante (Trillo dixit, Federico, que no nuestra Txiky), con vientos de 20 nudos y galerna de 20 litros por metro cuadrado, 25 gladiadores, apoyados en siete boggies, palos en ristre, gorras caladas, bragas al cuello y guantes ensartados afrontamos 18 hoyos de pánico en El Olivar.


Ese santo campo que a alguno de nosotros nos ha hecho mujeres y hombres del golf por ser nuestro primer recorrido completo, que nos “desvirgó” para este juego que tan acertadamente mi inefable Pepito Gallego bautizó como “el golf y su puta madre” empezó a hacer de las suyas y a mostrarnos, descarnadamente, la realidad de nuestro hándicap.


Pertrechados de la guisa que os “cuenteaba” nos aprestamos a afrontar 18 hoyos malditos. Y, naturalmente, de forma casi inmediata el campo comenzó a mostrarnos cuan equivocados estamos los que, con entusiasmo inusitado, dedicamos nuestra salud, nuestra alegría y hasta nuestro patrimonio a este bendito juego.


La prueba irrefutable de cuanto digo  es que, empezando por mí mismo, por aquello de no señalar a nadie, inicié la ronda con dos estrepitosas, vergonzantes y lacerantes rayas que, sin lugar a dudas, me demostraron la tesis, recurrente en mi cerebro cual bucle maligno desde hace meses de que lo mío no es el golf, sino la halterofilia. Físico, me sobra, ganas, todas, y por si fuera poco cuento entre mis conocimientos con el de Lidia Valentín, que en el peor de los casos me hace un “Cifuentes” y me otorga el master incomparable de Magister Halterus en menos que se santigua un cura loco.


Dados los comienzos y para llevarle la contraria al refrán de los gitanos relativo a los principio y a sus hijos, en mi línea de siempre, seguí con mi mala cabeza, mi malos pasos, mis peores drives y mis nefandos putts. Cómo sería la cosa de grave que, contagiados por mis desatinos,  Pepe Sanjurjo, el otrora presi, el grandísimo factótum de esta AEPJG, el adalid de las ondas y del golf (todo ello sea escrito sin desdoro de mi Marito, de mi becario en El Mundo –cómo has crecido, granuja—y su digna junta directiva actual), y Javier Pérez, desposado con mi compañera Josefa de El Globo (qué recuerdos), repito contagiados, infectados por mis desafueros fallaban putts de 20 centímetros, pero de 20 centímetros reales, auténticos, y no como esos otros 20 centímetros que se utilizan para medir ciertas partes de la anatomía, masculina, por supuesto, y que están en la desbordante imaginación de algunos.


Qué cosa, qué pena, qué dolor, qué tragedia, qué angustia.  ¿Cómo quitarnos esa desazón, cómo superar esa tragedia?  Aquí viene lo más duro de mi crónica. Aquí llega lo más vergonzoso de nuestro comportamiento. Así que lo advierto: menores, corazones sensibles, damas recatadas y, especialmente María Jesús, por aquello de rememorar campeonatos pasados y arrimarle la pala al solomillo, absténganse de leer lo que sigue.


Digo que para superar trances tan amargos sólo nos quedó la salida fácil, el camino más corto, el que ya sabemos que siempre toman los desesperados: recurrir el dopaje. Previendo que podía pasarnos algo similar a lo descrito hasta aquí, junto a la munición habitual (unas 200 bolas) introduje en la bolsa una petaquita con Brugal. Y ya podéis imaginaros: un chupito porque mal, otro traguito porque peor, un tercero porque casi, un cuarto porque… pues porque ya después del tercero todo nos daba igual. Acabamos la petaca, acabamos el ron y acabamos soplaos. Debo decir en honor a la verdad que Javier, por aquello de su riñón, ni lo cató, de  modo que el Sanjurjo y yo nos lo apretamos y Santas Pascuas.


En realidad, y no es por consolarnos ni consolar a nadie, fue una forma de combatir el frío. Otros optaron por soluciones más razonables. Así Beatriz Navarro abandonó  a su suerte a Paco Mora y salió corriendo para meterse una ducha de agua hirviendo y recuperarse de la tiritona. El pobre Paco se quejaba amargamente de haber hecho más kilómetros que el Calderón de la Barca, un 747 de Iberia que iba y venía tres veces por semana a México, y todo porque los cochecitos no se podían sacar de los caminos. El también amigo  ”Valentíno” Requena,  perro viejo, a los mandos de una boggie Honda, nos hizo a todos un “Marc Márquez”,  con su copiloto García Candau, nos pasó por la derecha y buscó los boxes descaradamente a mitad de curso dejándonos en la estacada de las inclemencias climáticas a todos los demás.


Dejo resultados y clasificaciones,  comentarios técnicos y análisis para personas más doctas. Intentaré en estos días recuperar la resaca de ron, pero sobre todo, la de golf y que en La Faisanera a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga. Amén.