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Crónicas

    • 19
    • 11
    • 2017
  • Crónicas

    Carrera que no te das…

por: Laureano Suárez

El sol parecía un Ópalo de fuego refulgiendo en el abrumador azul del cielo mediterráneo. Un cielo que parecía azuzar a los azules que, driver en mano, abrieron el campo de Bonalba con dos golpes majestuosos que lo partieron en dos.
Los blancos palidecieron ante aquella demostración de poderío pero, sin arredrarse, partieron dignamente tras esas dos bolas italianas que relucían de orgullo en mitad del verde de la calle del hoyo uno. Era el nueve de noviembre de 2017 y diez aguerridos españoles empuñaban sus palos dispuestos a resistir el embate de los ítalos azules y de los cielos. La suerte estaba echada.
A media mañana, giró la brisa desde el levante trayendo aromas de Parma, de Ascona, de Siracusa… Tal vez Arquímedes, desde las profundidades del saber grecorromano, inspiraba a los chicos de azul que avanzaron hacia arriba en el marcador impulsados no se sabe bien por qué fuerza. Lo cierto es que la mañana caminaba por senderos pedregosos para los hispanos quienes, a duras penas, sostenían un tres en su marcador. No sirvió de mucho el jamón del pic-nic que, aunque ibérico, no fue capaz de sostener las fuerzas de nuestros jugadores que, finalmente, no consiguieron sumar ni un punto más a los exiguos tres de su cuenta.
Al final de la jornada, en la terraza del Alicante Bonalba Golf & Spa, resonaron las risas de los Azurri que se palmeaban la espalda a modo de redoble triunfal. En las filas hispanas había una cierta decepción solo rota por la inquebrantable fe del capitán que, haciendo valer sus galones, arengaba a los suyos como en su día lo hiciera el rey de los guanches ante el godo invasor. Y, aunque su grito no fue ¡¡Guañóoooooooo achamán!!, como hiciera Benearo el de Anaga, su consigna fue: ¡¡ánimo, mañana serán nuestros!! Bien sabía Miguel que la opípara cena en Emilio, diseñada con mimo por él mismo, a pachas con el chef, iba a levantar los ánimos de sus huestes.
Y ¿quién diría que en aquella cena cruzaban sus copas dos banderas enemigas? Nadie, porque aquello fue un festival de brindis, un guirigay de idiomas, una Babel dual con los corazones partidos en dos: uno latía por la amistad y el otro por la revancha, que venganza es palabra belicosa en exceso y, aunque da satisfacción, es pariente de la saña y allí no había ni enojo ni furor ciego, RAE dixit, sino un ánimo jocundo de poner a los de la bota itálica mirando a poniente. Lo digo por aquello del “Dante”. No sé si me explico.
Y tras la exitosa manduca, solo alterada por el meñique de Juliani, a quién no me gustaría tildar de culo de mal asiento porque ni mi conocimiento ni el decoro lo aconsejan, incómodo tal vez en su asiento o echando de menos la silla curul, levantó la tapa de su silla y cuando su “huesito dulce” se aposentó de nuevo en el armazón encontrose, ¡oh desdicha! con su meñique entre tapa y larguero. El corte fue inevitable y, si los españoles sangraron en la mañana por el marcador, el pobre Juliani, sangró y de verdad hasta que una servilleta y unos cuantos cubitos de hielo pudieron cortar la sangría que, a tenor del apéndice digital, no necesitó transfusión aunque si consuelo. Decía pues que, tras la cena, cada mochuelo a su olivo.

Y amaneció el diez de noviembre con un sol propicio para el golf y dañino para el campo. De seguir así, pensé, los vecinos huertanos de Bonalba acabarán regando los campos de alcachofas con sus lágrimas porque agua, lo que se dice agua, no cae ni gota desde hace meses. Claro que el agua, que es bien tan escaso para algunos menesteres, se torna imán para los forrabolas aunque su categoría volumétrica apenas alcance apenas el nombre de charquito. Bien que lo sabe quien esto firma porque su ingrata bola hizo de pato en el nueve y se quedó en la orillita. Hay testimonio gráfico del arrojo con el que el patoso trató de enmendar la traición del driver sacando la bola del agua con baño de pie incluido.
La cuestión es que, agraviados en su honor en la jornada anterior, las tropas de Miguel se pusieron el casco y las botas dispuestos a asaltar la pizarra donde ondeaba victoriosa, hasta ese momento, la enseña tricolor. Tal vez camuflados por el verde de nuestro uniforme o apoyados en la esperanza a la que se adosa ese color, lo cierto es que sin necesidad de calar bayoneta ni emplear botes de humo, sino a base de golpear a la dichosa bola con más acierto y menos miramientos, el marcador giró de azul a rojigualda. Y, hete aquí, que burla burlando, finalmente la cuenta fue de nueve a seis a favor de los locales.
Cierto que el golf fue el motivo que nos llevó a levante y los trajo a ellos a poniente, pero no es menos cierto que el verdadero motivo fue disfrutar del clima, de la compaña, de los afamados arroces y del buen vino con el que regar la amistad que, desde hace lustros, nos une a los compañeros italianos. Consuelo tuvieron en la cena final a base de chanzas, brindis y hasta discursos. No llegamos al extremos de la exaltación de la amistad, que es cosa probada, porque los caldos, aunque sabrosos, no daban para tanto. Pero quede aquí testimonio de cuatro días de disfrute y sirva esta croniquilla para advertir a todos los que no pudieron o no quisieron acudir a la cita que “carrera que no te das, en el cuerpo se te queda”.